En blanco y negro nos narra Alfonso Cuarón la vida de una familia en los años 70. Un ambiente algo superfluo sin gravedad, con niños corriendo y gritando en cada escena. Nos olvidamos de que sean escenas de una película, son escenas de la vida, de la vida de los años 70, de una familia acomodada, podría ser España pero no, es México. Tres generaciones de una familia comparten casa. Las empleadas fijas viven con ellos. Cleo una chica indígena será la protagonista de la película. Sostiene con su trabajo la casa, el orden, la educación de los niños, el cuidado de los mayores.
Mujeres dedicadas al servicio doméstico, casi invisibles, silenciosas, trabajadoras. No hay desilusión en ellas. Cuarón nos muestra un eslabón perfectamente encajado en la cadena, un eslabón imprescindible.
Familias numerosas, una demasiado joven madre solo posible en aquellos años, demasiados niños en la misma edad, peleas, exigencias, amor, necesidades, ruido, alegrías, barullo, colegios, citas, una vida que corre vertiginosa. Ese mundo lleno de energía que agota a la madre, y más aún al padre, que acabará abándonandoles ya al principio de la película. Cuarón nos muestra la soledad de la joven madre y también su entereza.
La vida de Cleo transcurre paralela en silencio.
La imposibilidad de formar su propia familia. Entre el deseo de ser madre y el saber que no hay sitio para tu hijo.
Cuarón nos muestra la culpa, el desasosiego, el amor a los hijos de otro, una vida dedicada a los demás.
¿Es justo llevar una vida así? ¿Porqué aceptan su destino? ¿Qué es lo que nos aturde a los demás para pensar que nuestro comportamiento es lícito? ¿Porqué dejamos que la gente nos sirva, si ello conlleva que les dejamos sin vida y sin opciones? O ¿Es que hay gente que nunca tendrá opciones? ¿Cómo se mueve el mundo ? ¿Y quién lo mueve para que tengamos comportamientos erróneos tan maravillosamente aceptados?
Preguntas y preguntas todas en blanco y negro. Roma. 2018. Gracias Alfonso Cuarón.