Biutiful de Alejandro González Iñárritu.
Una película mexicana rodada en Barcelona que nos muestra una vida marginal en una Barcelona desconocida. Se destaca que la ciudad carece del protagonismo que siempre lleva todo lo que se asocia con su nombre. En ese marco Alejandro González Iñárritu nos muestra una película con una esencia existencial fuerte, constante, humana y real mezclando culturas con una facilidad innata.
Si la vida fuera una persona podría ser una mujer, una mujer fuerte, poderosa, con curvas; no excesivas pero con curvas que la hagan claramente mujer. Y esa mujer corre poderosa sin ninguna atadura y sin ningún destino.
En Biutiful la vida se ha quedado sin curvas, corre ya sin carne, sin ya estandarte, corre un esqueleto, un esqueleto alto, huesudo, un esqueleto ruidoso y esperpéntico. Así es Biutiful. Una vida que zozobra con muchos finales.
La ausencia de derrota en el papel de Uxbal (Javier Bardem) evita la caída en espiral de la película. Todo sigue una línea recta, al final de esa recta está la anunciada muerte.
Un padre y un hijo al principio y al final de la película en un escenario que Iñárritu visitará de nuevo en „El Renacido“ dándole a la película la forma de círculo, círculo cerrado en el tiempo.
Las piezas de Biutiful; una esperanza en forma de otra mujer, una madre atrapada en su mente, un hermano ausente de emociones, un sentimiento paternal que domina las dos horas y veintiocho minutos, un presente real y un „más alla“; maravilloso dominio latinoamericano con su magia soñadora y salvadora que mezcla el mundo de los vivos y de los muertos como si fuera un Dios más.
Un sentimiento clave que me producen algunas escenas… Misericordia. Esa característica otorgada a los Dioses y de la cual nosotros de vez en cuando nos apropiamos para empujar el curso imparable de la vida.
Biutiful es un espacio en el que cabe todo. También el espectador.
Una de mis favoritas.