Sebastián Lelio nos muestra de la mano de Marina, una mujer transexual, ciertos espacios de la sociedad todavía no aptos para un mundo en el que todas las tendencias tienen cabida.
Son cuestiones sencillas pero vitales las que Lelio nos plantea en la pantalla. La muerte inesperada de su pareja, Orlando, sume a Marina en un estado de shock; el duelo por su pareja y la tristeza invencible la paralizan mientras a su alrededor todo se cierne sobre ella. Su transexualidad como un ancla ciclónica que la intenta arrastrar a una oscuridad, para nosotros los espectadores, demasiado profunda, demasiado oscura, demasiado infinita. La lucha por el derecho básico a despedirse de su pareja, a no esconderse acapara la película casi en su totalidad.
La denuncia a una sociedad clasista y mediocre basada en putrefactas reglas anticuadas pero aún en vigor.
En todo momento hace Lelio gala de una delicadeza visual que nos rebaja el dramatismo de lo que desea transmitir ; no por ello lo diluye sino que lo hace más estético, bonito, sencillo. Llena escenas de color, música y canto. Hace ciertas alusiones a una naturaleza violenta e imparable, nos muestra la cataratas del Iguazú, y un fuerte viento que impide que Marina camine por la calle dándole cierto aire surrealista y simbólico a la escena.
Muertos que aparecen silenciosos y nos llevan a esa magía latinoamericana enraizada en todas sus maneras de expresión.
Delicada, sensual, amena, y a la vez, triste, valiente, real.
Muy recomendable.