Blancanieves. Pablo Berger (2012)
Un rodaje en blanco y negro que de por sí nos adentra en un realidad algo distante y mágica.
La Blancanieves de Pablo Berger le es fiel a los Hermanos Grimm. Nos tiene como niños algo asustados esperando a que Maribel Verdú, con sus perfectos gestos de madrastra, descubra a la niña y la castigue por sus atrevimientos. Es esa actitud infantil la que adopta el espectador de una manera natural confiándole al narrador un final feliz, pero sabiendo que antes pasaremos por un camino incierto y algo temeroso, quizás a oscuras, en nuestras oscuridades infantiles.
Los cuentos infantiles nos muestran un mundo estático en la percepción del bien y el mal, nos movemos entre un bien que nunca se acerca al mal y un mal que nunca tiene perdón, como extremos que funcionan independientes el uno del otro.
La historia está ambientada en la fiesta taurina. El blanco y negro nos la sitúa algo lejana como si no hubiera conexión alguna con el controvertido presente del toreo. Nos cabe resaltar el guiño que nos hace Berger al regalar un indulto al que debería morir.
Cine mudo pero con sonido, suenan los violines para los momentos más dramáticos, el violonchelo para los momentos mas desgarradores, el acordeón para la vida que fluye en la superficie donde nada duele, la charanga del bombo y platillo para la fiesta taurina.
Los cuentos carecen de la profundidad humana que se va aprendiendo cuando uno abandona la niñez. Estás imágenes no nos llevaran a entender nada ni a nadie. Es una película con otra razón de ser. Una cierta exposición de la belleza exacta y perfecta, una evocación al pasado, un cierto culto a la expresión sin palabras.
Una película que hay que ver por lo inusual de su mezcla, por la mirada diferente y pausada de Pablo Berger en el cine.