Nos situa en un pueblo en las marismas del Guadalquivir en la España de finales de los setenta. Una España recién liberada de la dictadura
Con una dirección bastante exquisita, y con dos protagonistas contundentes de perfil real y claro Alberto Rodríguez nos muestra la investigación de dos policías madrileños en la desaparición de dos hermanas.
Rodada en un marco nítido con unos paisajes intactos y con una cámara puesta en lo alto que nos muestra a vista de pájaro, „a vista de Dios“ los escenarios del crimen. Una cámara verdaderamente abierta, que nos cambia la perspectiva y nos aleja del escenario cercano e invasivo para que apreciemos la totalidad.
Y no es sólo el morbo de la desaparición de las dos hermanas lo que nos mantiene frente a la pantalla, la película va creciendo y va mostrando su valía.
La desazón de un pueblo enterrado y vigilado por el Guadalquivir, por las marismas del Guadalquivir. El espectador tiene la sensación de tener ante sí un agua estancada, un agua peligrosa en calma como los personajes de la película. Las mujeres del pueblo; esas madres, tías, abuelas, la arrendadora; todas desgastadas. En una edad a la que no llegan los hombres. El pelo desgastado, la piel seca, mate. Las guardianas de la sequedad y el olvido abocadas a la nada. Parece que soportaran un gran peso, un peso inamovible.
El mal se refleja en diferentes personajes y dentro de la realidad de buscar a un culpable se crea un mosaico del mal que engrandece la película.
Una fotografía delicada, nítida, espacios naturales intactos hasta deslumbrantes, la naturaleza mostrándose sin rubor con una belleza incontenible. Personajes claros y oscuros. Una sombra del pasado. Una trama que se resuelve. Un final que nunca pudo ser feliz.
Aconsejable.
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